Entre los reflejos de la ciudad mojada
busco tu recuerdo envejecido.
Grito desde mi voz profunda,
clamando por sus calles tu nombre.
No te he hallado,
y a pesar mío,
los ecos no resuenan,
no se apiadan de mí.
Te siento tan mío y a la vez tan lejano,
que entre el cielo y la palabra,
el abandono y la tristeza,
cultivo flores para ti en mi jardín.
La pala que abre la tierra
es la misma que abre mi alma y surca mis secretos.
Custodio la tierra para ti.
Las tijeras que podan las rosas
no son capaces de arrancar mis penas.
Veo crecer con esperanza la glicina,
pero la mía envejece junto conmigo.
¿Será que el tiempo y la muerte
son uno solo?
Pensar en ello me abate.
El otoño, nostalgia de vidas,
es el que siempre me acompaña.
María
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